Un héroe se define por dar la cara en los momentos más duros. Por saber actuar y poner en práctica esa capacidad de liderazgo que se le presupone en ese instante que marcará el devenir de la historia. Ayer fue día de héroes. De Iniesta, de Xavi, de David Villa o de Lionel Messi. También de Pep Guardiola, quien acertó, sedujo y llevó a su equipo por la senda de lo celestial, de lo histórico y de lo artístico.
Sin embargo, también fue noche de destapar falsos héroes, y hablo del enemigo del entrenador blaugrana: Jose Mourinho, el antihéroe de la historia que se teje en La Liga jornada a jornada. El portugués dista mucho de ser quien quieren que sea y de quien él mismo cree ser. Ni es tan bueno, ni acierta siempre.
Su palmarés es irreprochable, sus éxitos y su método también. Sin embargo, se trata de un personaje magnificado por la prensa y los medios, que se ha creído su propia historia. Tras el clásico, en rueda de prensa, sus palabras de falsa modestia, educación y respeto, escondían todo lo contrario. Mourinho salió humillado y no lo encajó. Es normal.
No lo aceptó porque después del minuto 45 se escondió bajo el techo de metacrilato del banquillo del Camp Nou. Dejó a sus once hombres a la deriva, sin asumir el mando que se le supone al capitán. Los dejó huérfanos, no se vio a ese ‘Mou’ paternal que apoya a sus pupilos cuando lo necesitán. No se asomó al cesped a ordenar, a dirigir, o al menos, a convertirse en el paraguas que asumiera el pitorreo general de la grada.
Y dirá que lo hizo para que aprendieran, pues The Special One siempre tiene excusas para todo. Pero lo cierto es que mientras Casillas se desgañitaba impulsado por la rabia, Ramos perdía la cabeza, y los demás jugadores se veían empequeñecidos y perdidos bajo la lluvia, él se encontraba resguardado en el banquillo, bajo techo, con miedo a salir. Muy diferente a ese Mourinho bravucón que alardea de victorias, de títulos y de ser el mejor. El Especial, quizá, estaba en el otro banquillo.