Roto

octubre 1, 2010

El Roto clavándolas


Gin Soaked Boy

octubre 18, 2009

Lo peor eran las noches.. La botella de whisky bajo la penumbra. Las estrellas tapadas por nubes y la luna intentando iluminar la triste vida que nos había tocado vivir. Y la triste y cruda voz de Tom Waits de fondo, volviendo a recordármelo.

Era momento de reflexión, de rememorar tiempos pasados, siempre mejores. Era momento de recordarte y recordar tu olor a pomelo y caramelo. Era momento de recordar las largas tardes de extrema tranquilidad.

Era momento también para pensar en los motivos que hicieron que todo explotara y también en analizar los errores. Eran fáciles de reconocer y difíciles de corregir.

Algunos me preguntaban si estaba deprimido. Para nada, no lo estaba. Simplemente, me reventaba el hecho de haber vuelto a fallar.

Cogí el abrigo y salí a la calle. Era lo mejor que podía hacer.

Me gustaba disfrutar de la ciudad de noche. No había nadie. Quizá por eso me gustaba. A veces pensaba que no me gustaban las personas, sin embargo no creo que fuera verdad, porque también disfrutaba de la presencia de algunas. Era complejo.

Por la noche la tranquilidad lo inundaba todo. Solo escuchaba silencio y eso me gustaba. Disfrutaba de verdad. Podía reflexionar, y volver a pensar en todo lo que había pensado tantas veces con anterioridad. Ya no quedaban nuevas reflexiones que hacer, sin embargo, volví a intentarlo. Hacía frío.

La tranquilidad se desvaneció cuando apareció una extraña y misteriosa silueta en la penumbra. Debido a la neblina, me costó discernir la realidad. Era una chica. Pasó por delante y me miró a los ojos. Eché a temblar.

Saqué mi iPod y me coloqué con cuidado los auriculares. Deslicé mi dedo por el menu hasta que encontré a Waits de nuevo. Pulsé play y volví a adentrarme en su mundo de humo y tristeza. Di media vuelta y volví a casa. Gin soaked boy.


Caos

octubre 5, 2009

Era mejor no pensar en la noche anterior. Siempre hacía lo mismo. Accionaba el botón de suprimir de mi cerebro y los recuerdos desaparecían. La noche anterior nunca había existido. No al menos para mi.

La habitación olía fatal. El hedor fruto de sudor, restos de alcohol y de diferentes drogas era algo que detestaba. Pero no importaba, el dolor de cabeza era tan intenso que hacía que el olor fuera incluso imperceptible para mi. Iba a reventarme el cerebro. Sentía como cada vez que el corazón bombeaba la sangre que me mantenía vivo el sonido de los latidos retumbaba en mi cabeza.

Me levanté de la cama, y me decidí dirigirme al baño. Me mareé. La habitación me daba vueltas. Llegué al baño y en vez de mear, vomité.

El tiempo nunca corría para mi, pero sí para otros, así que decidí ducharme, vestirme y salir a la calle.

El viento me zarandeaba mientras andaba por las calles de la ciudad como si fuera una bolsa de papel. Sin embargo estaba recuperándome, siempre me pasaba igual. La calle ejercía de bálsamo para mi.

La ciudad me encantaba. Muchísima gente yendo de un lado para otro sin cesar. Bullicio y actividad por doquier. Sin embargo yo era diferente a la mayoría, no me limitaba a ir del punto A al punto B sin pensar en otra cosa que en llegar al destino. Me entretenía mirando a la gente, disfrutando de la ciudad, de su arquitectura y de sus múltiples opciones para disfrutar de la vida.

Sin embargo aquella mañana tenía quehaceres, así que era una oveja del rebaño más.

Al llegar a mi destino, me asaltaron miles de dudas. ¿Qué debía de hacer? ¿Por qué iba allí? Toqué la puerta.

Me abrió y sonreí. Ella también sonrió. Entré y comenzamos a conversar. En realidad estaba allí porque había querido, pero no me sentía para nada cómodo. Conforme la conversación avanzaba, la cabeza me dolía más y más. Me tomé una copa y seguí conversando. De repente, y sin motivo aparente, sentí que aquel no era mi sitio, que tenía que marcharme. Odiaba a esa zorra.

Le pedí disculpas y me inventé una llamada inesperada. Mi madre en el hospital. Cogí mis cosas y salí corriendo. Al cerrar la puerta tras de mi, comencé a correr. Huía, una vez más. El camino a casa se me hizo eterno. La gente con la que me cruzaba me miraba de manera extraña. Para mi sus rostros eran irreconocibles. Solo quería correr.

Llegué a casa. Entré, me desnudé y me metí en la cama.

Siempre fui un cobarde.


La Pirula

marzo 31, 2009

Txitxi Orbegozo es una artista tolosarra. En los últimos tiempos está bastante presente en los medios locales debido a un proyecto en el que ha querido retratar a personajes ‘famosos’, ‘históricos’ o simplemente ‘peculiares’ del pueblo.

Así, el primer cuadro que vio la luz fue el de La Pirula. La pirula era una vendedora ambulante de goxokis del pueblo. Surtió de zikinkeris a la chavalada tolosarra durante muchísimos años y como homenaje a tal labor, la artista decidió retratarla.

La historia del cuadro tiene tela. Fue colocado hace un mes en plena calle, en el Arco de Castilla, donde la vendedora hacía pesetas a cambio de goxokis. El mismo día de la inauguración, fue robado. La autora suplicó que fuera devueltó y el ladrón hizo caso, dejándolo a orillas del río Oria.

La segunda fase de las penurias del cuadro ocurrió este sábado. La autora había arreglado el cuadro y lo había vuelto a colgar en el mismo lugar el viernes. Sin embargo, un día más tarde, mientras muchos de nosotros bebíamos y bailabamos, intentabamos conversar y reíamos, La Pirula estaba sóla y desprotejida. El mundo es cruel, y un grupo de chavales (según la Policía Municipal de entre 16 y 18 años) era grabado partiendo el cuadro en dos.

Txitxi Orbegozo sin embargo, no baja los brazos y dice que además de arreglar el cuadro seguirá adelante con su proyecto. Me alegro.

Se dice en Tolosa que los que lo rompieron el cuadro eran foráneos. Lo dudo. De todas formas me da igual, hay que ser un poco subnormal para romper un cuadro así porque sí, no?


Verdes

marzo 2, 2009

La estación de tren de Donosti me gusta. Los donostiarras la llaman Estación del Norte, aunque para mi siempre será la estaca. No es moderna ni elegante. Visualmente supongo que no se ajusta al canon de belleza arquitectónica estándar de hoy en día, pero su sabor añejo y su estructura de hierro hacen que me resulte bastante atractiva. Supongo que el año pasado me enseñaron a valorarla desde un punto de vista artístico pero era muy malo en historia del arte, la verdad es que aprendí muy poco.

Hoy, al igual que muchas otras veces, me he quedado un rato colgado en la estación, y he podido pararme a pensar en lo que me gusta, y en todas las veces que paso por ella sin pararme un solo minuto a fijarme en ninguno de sus detalles. Dicen que la hizo un aprendiz de Eiffel, el de la torre. No es ninguna maravilla, aunque supongo que es uno de los iconos de la ciudad.

Estación del Norte

Estación del Norte

Lo que me ha hecho escribir estas líneas no es sin embargo todo esto que he comentado. Solamente quería criticar y denunciar a una especie o subespecie del ser humano que puebla uno de los lugares más recónditos y asquerosos de la estación y con la que hoy he tenido el dudoso gusto de encontrarme.

Sí, hablo de los comunmente denominados viejos verdes. Esos infraseres que me encuentro en el water de la estación cada vez que voy a descargar mi orín. Y es que me cago en Dios y en la Puta Virgen. Esos viejos verdes pueden encontrarse en la mayoría de wateres públicos y en mi caso, cruzo mi vida con las suyas en el water de la estación. Son unos sinvergüenzas y unos asquerosos. Siempre se ponen a mear en el meadero de al lado y sin excepción te miran la polla. Los aborrezco y me ponen de mala hostia. Así de simple soy. Espero no ser nunca un señor mayor pequeño y con boina cuyo pasatiempo sea ir a mirar pollas a un water público.